Un día vino un señor a una tienda de animales. Él buscaba el
gato más caro y hermoso de la tienda, pero por lo visto, ningún gato le gustaba y ninguno era lo
suficientemente caro para que le valiera el amor que le iba a dar, según él.
No se llevó ningún gato y se fue triste a su casa. Este
hombre le quería dar a su hija el gato más lujoso y hermoso, pero no iba a
encontrar lo que quería. Así que se le ocurrió una idea.
Le vendó los ojos a su hija y fueron a la tienda de
mascotas. Cuando la hija vio los gatos de inmediato le dijo a su papá… “papi,
yo no quiero un gato tan caro” y el hombre insistía que podía comprárselo, que
podía mantenerlo.
La niña salió de la tienda y dejó a su papá con las palabras
en la boca. Él, furioso, salió de la tienda y le dijo muy enojado un montón de
cosas feas, pero no terminó de hablar al ver que su hija tenía un pequeño
gatito bebé abandonado, quizás enfermo y en una caja, donde estaba sucio y era
posible que el gatito muriera.
El papá tomó un poco de compasión y la dejó llevarse el bebé
a casa, para cuidarlo por mientras que encuentra otra familia.
Pasó un mes y el felino sobrevivió, gracias a la niña que lo
cuidó durante ese tiempo. Ella estaba muy encariñada del gatito, y su papá no
quería que lo tuviera en la casa porque ya habían tenido gatos y no quería más.
La pequeña lloraba interminablemente, su alma se destrozaba
porque creía que era muy importante en su vida es gatito.
El padre no tomó compasión y se lo llevó. No alcanzó a
llegar al automóvil y se volteó a mirar a su hija con el corazón hecho pedazos,
destrozada el alma y el pecho apretado y la garganta presionada. El hombre
pensó un momento… “Quizás este gato no nos arruiné planes, si los aplazará,
quizás no es de raza… pero mi hija lo ama” Se dio la vuelta y le pasó el gato
en los brazos y le dijo “mi amor, ten a tu gato, cuídalo con tu vida que será
lo más fiel y mejor amigo que jamás podrás tener, nunca te defraudará y te
amará pobre, fea o rica y linda, te amará como seas mientras le des el amor de
vuelta.”
La hija, emocionada con la decisión de su papá le dio un
abrazo y le agradeció por comprender, le dio un beso en la mejilla, dejó al
gato en el suelo y se entraron juntos a la casa. Desde afuera, el padre podía
ver desde la ventana la felicidad de su hija, la alegría que le daba tener a
ese gato. Desde ese día, es papá aprendió una cosa. El valor no es lo que
cuesta, si no el amor que te puede entregar. También aprendió que la sonrisa de
su hija era demasiado poderosa y era mucho más importante ver dos caritas
felices en casa.
Autora: Danny
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