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lunes, 1 de octubre de 2012

Por curioso me enveneno

Un día cuando la luna era redonda y blanca como un membrillo, cuando las flores llegaban más alto que los mismos árboles y los eucaliptos llegaban a la altura de los pies de los zorros del bosque, en plena noche, cuando cazan sin advertir a nadie. 
Ese día fue cuando encontré a un bebé alienígena  bajo una palmera azul, con cocos morados y sus hojas eran tan celestes como los ojos de un inglés  recién nacido. Me pareció extraño.
Justamente donde encontré a este extraterrestre todo era anormal, el pasto ya no era verde, si no, rojo, ya entenderás que extraño. 
Cubrí al bebé con mi polerón y caminé con él escondido por la ciudad. Yo estaba seguro que era un alien, por lo mismo lo afirmé anteriormente. 
La gente me miraba horrorizada y yo los miraba y me resbalaba lo que me dijeran o lo que pensaran, pero lo extraño era que yo no estaba mostrando al bebé como para recibir burlas. 
Llegué a un baño público y el alien parecía estar inconsciente, no se movió en todo el rato y yo me empecé a sentir mal. 
El marciano - o quizás de que planeta era- cayó al suelo cuando lo solté, porque mis brazos empezaron a convertirse en poderosos tentáculos y el baño que era blanco se estaba tornando algo medio oscuro como el marrón pero tirado a verde. 
Empecé a crecer, me miré al espejo  y mi  cara se empezó a hinchar, mis ojos se pusieron rojos y redondos y mi lengua se salió de mis labios y crecía y crecía sin control de mi parte. 
Sentía hinchado el estómago y empecé a vomitar, vomitaba y vomitaba, caí al suelo y el bebé alien con sus enormes ojos me miraba y sonreía, luego el techo del baño salió volando y vino una nave espacial intentando llevarme. Insistí el quedarme en mi planeta. No quise irme y me empecé a sentir peor. Luego de un rato tomé control de mi cuerpo, todo volvió a la normalidad y desperté entre las palmeras del bosque, con salpullido, los ojos hinchados, vomito por todos lados, orinado y sin ningún extraterrestre. Tan solo me queda esperar a que venga alguien a buscarme, ya no aguanto este mareo y mal estar y casi no me puedo mover, si, lo sé, fue culpa mía meterme con la hiedra venenosa, si no lo hubiese siquiera tocado, ahora estaría en mi casa viendo la tele. 

Autor: Danny

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