Siendo así, culpable, he reconocido mis actos, me he dado
cuenta de lo que he hecho; lo sé, está mal.
Nunca robé por necesidad, jamás necesité con angustia un
trozo de pan, yo lo tenía todo, mis padres me daban todo, arruiné mi vida, y
ahora estoy aquí, cumplí los dieciocho años de edad y ya estoy condenado;
asesiné cruelmente a mi aliado.
Aquel tipo que se las daba de simpático que me ayudaba a
arrancar de los problemas, que me enseñó que no hay que enfrentar la vida, si
no, darle la espalda, ese hombre que nunca fue hombre, si no, niño.
Hoy mi madre me ha venido a visitar, traía escondido en su
cabello un instrumento musical. Ella me contaba que cuando pequeño podía tocar
la armónica y que cree que no he perdido ese talento. Me ha dicho “Que te
diviertas”.
No sé por qué creerá ella lo importante que será para mí
tocar la música, no me pareció interesante, pero lo intenté esa misma noche en
mi celda.
Comencé a intentar producir sonido, se oía tan triste, pero
a la vez melodioso; primero escuché un “¡Cállate!”, luego me detuve e intenté dormir.
Me quedé toda la noche pensando en la frase de mi mamá, y yo
miraba la armónica. Me desperté a quizás que hora, pero sé que fue
tempranísimo, ya que luego de intentar salió el sol.
Todos los presos despertaron. Yo me levanté y comencé a
tocarles mi música, tenía un talento espectacular, era como si hubiese tocado toda mi vida y esta era sólo
una más, pero me sentía diferente.
Comencé a tocar las melodías, las sombras de los guardias se
movían a mi ritmo, los mismos hombres
que estaban también encerrados bailaban conmigo, era una fiesta en la cárcel.
Todos los policías amaron mi melodía y decidieron dejarnos
salir a disfrutar, a bailar. Yo no
dejaba de emitir sonido, estaba entusiasmado con seguir tocando. Salimos de la
cárcel, fuimos todos en fila y formaron una ronda a mi alrededor, yo quedé al
medio y todos continuaban danzando. Estaba componiendo música, me sentía
perfecto y admirado. De un de repente a otro abro mis ojos y estaba recién amaneciendo,
yo continuaba acostado tocando la armónica, seguía sonando melodioso aunque fue
pura ilusión la danza de convictos, de todas formas, me sentí como cuando era
un niño, antes de cumplir dieciocho, antes de cumplir diez, quien pensaría que
siendo yo tan talentoso, en vez de haber sido un cantante exitoso terminé en la
cárcel tocando la canción de los reos, como cualquier delincuente.
Autor: Danny
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